Wednesday, August 15, 2007

Cuenta cuentos

Hace ya ratito que no escribo, releyendo algunos comentarios positivos acerca de la forma en la que escribo, me he animado a descubrir algunos de los mas intimos proyectos literarios producidos por mi persona. Adjunto entonces, algunos de mis cuentos, porfavor no los sicoanalicen, puede causar un daño irreparable en quien lo intente!

VENENO MORTAL

Subía la escalera lentamente, esperando que Sofía lo siguiera. Sofía nada sabía de su preocupación, ella estaba tranquila y serena confiada en que todo saldría bien. Él finalmente rompe el silencio y le pregunta, “¿Sofía por favor se sincera, realmente quieres hacerlo?” Sofía sorprendida por aquella pregunta repentina, lo mira a los ojos, toma sus manos y con una sonrisa amplia responde, “Claro que quiero hacerlo Martín, nunca ha habido en mi una duda al respecto.”
En casa de Sofía todos seguían esperándola, ¿Por qué el tiempo pasa y nada se sabe de ella? ¿Dónde estaría? ¿Qué le habrá pasado? ¿Por qué aquel hombre no se presentó como se había acordado? La madre de Sofía esperaba lo peor y su llanto llenaba la sala donde estaban. Su padre, por el contrario guardaba la fe y meditaba en silencio con el teléfono en la mano. Los policías habían invadido aquella casa sin dejar ningún lugar donde se podía actuar con naturalidad y maldecir al vacío en voz alta. La impotencia y desesperanza gobernaban la casa.

Hace solo unos meses atrás Martín estudiaba la rutina de aquella enorme y lujosa mansión. La hora que en cada uno de sus miembros llegaba y salía, sus actividades del fin de semana y las personas que frecuentaban el círculo familiar de los Del Valle. Sin que nadie se diera cuenta, el vigilaba día y noche, incluso tomaba la basura desde el frente de la casa y analizaba los hábitos y preferencias de sus habitantes. Fue así que se dio cuenta de la existencia de una joven, con gustos refinados y maneras afables. Siempre rodeada de amigos y con una activa vida social. Desde la distancia, Sofía le parecía el perfecto blanco de su plan. Fue entonces que Martín lo ideó todo para el domingo de semana santa. Toda la familia asistiría junta al servicio religioso de rigor, Sofía como siempre iría sola en su auto.
Aquella niebla matutina de día domingo le dio aun más realismo al plan de Martín. Cuando él se lanzó sobre el auto de Sofía, aquella joven jamás imagino estar siendo parte de un frió y calculado plan para su secuestro. Sin saber como, Sofía se encontró maniatada, amordazada y vendada. Bloqueada por la ansiedad, el temor y la angustia cada uno de sus sentidos se agudizaron. Parecía que pudiera ver la rugosa cuerda que ataba sus muñecas y cada ruido la confundía aun más. De pronto escuchó que se detenía el auto, la condujeron a un lugar frío, espacioso, oscuro y húmedo. Parecía ser el sótano de una casa apartada. No se oían vehículos, vecinos, solo el viento golpeando algunos árboles. A Martín le sorprendió como Sofía apenas entendiera la situación se mostró mas calmada y serena. No hubo gritos ni súplicas, malas palabras ni preguntas. Sofía se limitaba a obedecer sus instrucciones y a tratar de hacer de esta experiencia lo menos traumática posible. Ella le pidió un libro, para las largas horas de espera, a Martín le pareció razonable así que accedió. Día tras día Sofía se mostraba mas relajada y sociable en los breves momentos que el le dejaba su comida. Sofía con un inexplicable buen humor le comentaba del libro que estaba leyendo y le pedía si podía traer otro del mismo autor. Martín no entendía porque Sofía no preguntaba por el rescate o por su familia.
Martín que en un principio solo pensaba en el dinero que esta joven le significaba, se sorprendió esperando con cierta ansiedad la hora en que debía llevar de comer a Sofía. Sin percatarse siquiera, había desarrollado un irrefutable sentimiento de admiración y simpatía por su víctima. Sofía, por el contrario totalmente conciente de cada una de sus logros, celebraba en secreto cada uno de los progresos con su secuestrador. Según sus cálculos ya habían pasado 22 días y todavía Martín no le había mencionado nada del rescate o del monto. Ella no quería preguntar, sería un retroceso en su estrategia. Ella hacia requerimientos respecto de los libros, la comida e incluso ya no se debía vendar los ojos cada vez que el entraba en la habitación. Las cada vez mas prolongadas visitas de Martín era su único contacto con el mundo exterior. El día en que Martín se le acercó con un inesperado postre después de la comida, Sofía supo que ya había ganado suficiente terreno. Entonces levantó la vista y se atrevió a mirarlo a los ojos por primera vez. El pareció temblar al sentir aquella cálida mirada sobre sí. No había la más mínima señal de odio, resentimiento o desprecio en aquella expresión afable y acogedora. Martín no pudo resistir más y la estrecho entre sus brazos, sintió su aroma y la besó, la besó lenta y apasionadamente encontrando en Sofía una inmediata respuesta. Desde entonces, ella podía caminar por la casa, que efectivamente estaba rodeada de árboles en medio del campo. Él seguía trayendo las provisiones con frecuencia pero ahora era ella quien preparaba los alimentos para ambos. La intimidad entre ellos era cada vez más libre y armoniosa. El jamás pensó encontrar en una joven de alta sociedad, la mujer que desataría sus más profundas y ocultas pasiones.
Habían transcurrido 41 días y ninguno de los dos había hablado ni del rescate, ni del secuestro. Para Martín los días con Sofía eran lo más parecido a la familia que jamás había tenido. Por lo que cuando ella comenzó a insinuar la idea de escapar juntos del país y comenzar una vida nueva juntos, Martín abrazó con tal ahínco aquella esperanza que no dudó un segundo en realizar el proyecto.
Se aproximaba el día en que escaparían, él visiblemente mejoraba su ánimo y optimismo. No se podía convencer que aquella hermosa, buena, culta y ardiente mujer se había enamorado de él correspondiendo su profundo y alocado amor.

“Claro que quiero hacerlo Martín” resonaban las palabras de Sofía en la mente de Martín como el replicar de las campanas en una iglesia. Ya habían sobrepasado policía internacional, con una identificación falsa Sofía había burlado la seguridad del aeropuerto. Al final de la escalera había un pasillo que conducía a las salas de abordaje. Caminando junto Sofía, el amplio e iluminado pasillo le parecía un presagio de una nueva vida llena de felicidad. Tomó su mano con fuerza para recordar que ella no era un sueño, sino su realidad inmediata. El aire frío del aeropuerto parecía hinchar su pecho con una refrescante sensación de amplitud. Pensar que dejaría atrás su vida de miserias y comenzaría una vida honesta y digna junto a la única mujer que había amado en su vida. Esos eran pensamientos fortalecedores, motivadores, le harían vencer cualquier dificultad que osara anteponerse ante ellos.
Al llegar a su destino, ella sirvió de traductora y guía. La enorme y cosmopolita ciudad le pareció el escenario de una película holliwoodense donde él y Sofia eran los protagonistas indiscutidos. El hotel, aunque sencillo, parecía suficiente para descansar junto a ella. Martín se recostó exhausto y sin darse cuenta siquiera, se durmió. Luego de unas horas, Sofía lo despertó besándolo suavemente, su pelo húmedo expelía un delicado frescor que deleitaba a Martín. Ella le extendió un vaso con champagne para celebrar el inicio de su nueva vida juntos. Brindaron y rieron haciendo planes, él primero debía aprender el idioma, mientras ella ubicaba un trabajo en su profesión. El dolor irrumpió en una de sus carcajadas desde su estómago. Sofía retrocedió con una mueca de repugnancia y desprecio alejándose de él sin quitarle la mirada. Martín no pudo expresar palabra, el dolor como si águilas le comieran sus entrañas adormecía su razón. Con la mano extendida hacia su amada, sus ojos exclamaban por ayuda. Ante la nula respuesta de Sofía y aquella desconocida expresión de asco, Martín finalmente comprendió. Había sido ella, había sido ella quien lo había envenenado para salvarse, para recuperar su vida. No con el veneno de aquel químico que le producía ese dolor insufrible en su vientre, sino el veneno que gota a gota le había medicado con sonrisas y astucia. El veneno que lo había enceguecido y hecho perder el sentido común, que lo había llevado a la cima de la soberbia pensando que Sofía lo podía amar. El veneno que le producía en ese instante el dolor mas intenso y destructivo que jamás conoció. Fue entonces que se dejó llevar por el dolor, venciendo sus umbrales de resistencia, cayendo en la resignación ante su final inminente. Volvió a extender su mano, no para pedir ayuda, sino como el último deseo de un desahuciado, tomar la mano de quien él amaba. Sofía lo ignoró, solo se reemito a abrir la puerta y dejar entrar a su padre diciéndole, “se acabo padre, se acabó!”
SOLO PARTICULAS

Francisca sabia que todo pasaría rápido. El olor a anestesia le producía nauseas y todos le parecían demasiado absortos en sus labores como para observar que ella estaba a punto de caer desmayada. ¿Debería caer de frente o de espaldas? Nunca se había hecho esa pregunta antes, pero de pronto le pareció un asunto demasiado trivial en el que pensar. “Doctor Burn is required in Second Floor” se escuchaba desde el alto parlante. Francisca, sin embargo solo percibía un metálico y molesto ruido que se reproducía demasiado lento en su cerebro para ser entendido. Ella vio a un anciano caminando lentamente desde el fondo del pasillo, parecía ser el único que se había percatado de la presencia de aquella joven atontada. El octogenario al aproximarse dibujó una sonrisa que parecía una mueca sarcástica carente de dentadura. Francisca solo continuó con la cabeza gacha siguiendo con la mirada aquella indescifrable expresión.
Miles de recuerdos invadían su mente, miles de sensaciones bloqueaban su fatigado cuerpo, sus sentimientos eran tan confusos que no sabía si reír o llorar. Solo una cosa era segura: Moriría en aquel lejano lugar. Moriría tendida en el limpio y frió suelo de un gran y lujoso hospital. Moriría sin saber claramente las razones que le habían llevado hasta allí.
El recuerdo de aquel ángel que le había conquistado con su sonrisa. Pocos la habían tratado con tanta atención. Ella no tubo armas para protegerse del encantamiento que su mirada y sus modos le habían producido. Apenas apareciera ante ella, nadie ni nada le importó más que seguirlo, obedecerlo, complacerlo. ¿Como pudo él hacerle esto? “Doctor Burn is required in Second Floor”, la metálica voz seguía repitiendo. Sus piernas parecían desfallecer, no podrían soportar su peso por mucho más tiempo. ¿Qué extraña fuerza era la que la mantenía en pie? ¿Qué era lo que la hacía mantener su lucidez y no entregarse por completo al desvanecimiento total de su existencia? ¿Por qué seguía luchando así? ¿Que la había llevado a buscar el hospital mas cercano y arrastrarse hacia él, en vez de enfrentar lo inevitable calmadamente sobre su cama mirando el cielo? ¿Porque había ido allí por ayuda, pero ahora se encontraba incapaz de pedir a alguien la asistiera? Ella merecía morir así, ella había deseado morir de esa forma. Se había alejado de todos y ocultado en esa ciudad por su terrible pecado, el ángel, sin embargo le había extendido sus brazos sin resquemor ni dudas. ¿Qué sería aquella luz? Rayos de la luz mas intensa jamás vistos la enceguecían. ¿Y esa música? De donde provendría esa música tan relajante y placentera. Sus órganos cobraban fuerzas y parecían ser capaces de soportar el peso de su cuerpo nuevamente. Aquella luz era tan irresistible, tenía un poder hipnótico mayor que la sonrisa de su ángel. La música era cada vez más fuerte y agradable. Su cuerpo tomo la liviandad de una pluma y comenzó a flotar. Fue entonces que se dio cuenta lo que pasaba. Estaba muriendo, ¿porque había luchado contra ese agradable sentimiento con tanta fuerza? Dio un vistazo al cuerpo inerte en donde habitaba el que estaba tumbado en el suelo atrayendo las miradas de los mismos que indiferentes le habían visto. Ya nada de eso importaba, solo era la luz, la música y aquella sensación de libertad que experimentaba. Que agradable era la muerte, pensaba mientras subía cada vez más alto. La luz la comenzó a traspasar separando cada una de sus miembros en partículas infinitamente pequeñas y más livianas que el aire mismo.