Wednesday, March 11, 2009

El caza recompenzas

Era en esos días en que me había propuesto hacer un acto caritativo cada día. El problema era que encerrado uno en la universidad todo el día llegando temprano y saliendo muy tarde, no quedaban muchas chancees de encontrar a quien ayudar, ese día me bajé del metro en Universidad de Chile y caminé hacia el sur por San Diego, fue entonces que mi oportunidad diaria estaba recostado en medio de la vereda, atravesado, era un hombre o alguien que una vez lo fue. Completamente borracho, hediondo, con ropas tan rasgadas y sucias que uno no podía decir que trozo pertenecía a la chaqueta, cual a la camisa. Sin dientes, con barba y pelo apelmazado, constituía el estereotipo del borrachito que vive en la calle que luego de algún exitoso intento por obtener una cuota de alcohol, ingesta todo lo conseguido con tal violencia y deseo que su embriaguez es total, impidiéndole aun desplazarse por las calles que son suyas, y dejándolo en medio de la vereda inconciente, inhumano.
Fue entonces que lo desperté para preguntarle si quería colocarse en la orilla en vez de estar en medio de la calzada. Con ojos vidriosos y un esbozo de sonrisa aceptó mi invitación. Era más pesado de lo que supuse por lo que tuve que sostener más fuerte y cerca de lo que tenía pensado. Con su ayuda y luego de un par de intentos, finalmente logramos ubicarlo en la orilla. Me preguntó como me llamaba, no me preguntó porque le había ofrecido ayudarlo, ni yo tampoco el porque se emborrachaba. En su mirada percibí una empatía y comprensión tremenda de mi mundo, mientras yo no conocía nada del suyo, tal inesperado nexo me sorprendió e intimidó por lo que quise adelantar mi despedida. El me sujetó del brazo y me dijo que quería darme algo a cambio, insistí que no era necesario, pero el fue mas insistente que yo. Tiró de mi chaqueta para que me agachara y entonces me dijo que lo único que tenía para darme era un concejo: “No llegue nunca a esto, hijo, nunca” Sus vidrioso ojos me contagiaron y un nudo en la garganta me acompañó todo el regreso a casa.

1 comment:

Unknown said...

Y tú... dale con no hacerle caso.
(jajaja).
Fuera de Bromas, es una buena lección tanto la tuya como la de él. Ojalá todos tuvieramos esa microgota de sensibilidad, en la cual pudieramos dejar el pudor, el asco, la repulsión, o qué se yo, que nos impide ayudar cuando la necesidad está a la vista y nos grita por auxilio.
Quizás, si lo hicieramos, ya no habría la necesidad de volver hacerlo en un corto plazo.